06 mayo 2010

Cuestión de opciones

[Descripción de la escena: un camino cualquiera, en dirección norte, flanqueado por campos de trigo recién cosechados bajo la luz incipiente de un atardecer, poco después de que una leve lluvia impregne el aire de olor a tierra mojada y suba la temperatura cuatro grados más de lo que es habitual en un día primaveral como este, marcado en rojo en el calendario... Al fondo, en ese espacio imaginario que limita con el horizonte, la silueta de una mujer parada de espaldas al sur]

Ya no le duelen los pies tras recorrer el rudo camino cubierto de piedras que, hasta no hace mucho rato, punzaban hirientes sus plantas. No le importa lucirlos cubiertos de barro hasta el empeine y, por suerte, ahora se encuentra detenida en un punto mucho más cercano del lugar hacia el que quiere dirigirse. No lleva nada en la maleta que ha dejado caer sobre el suelo cinco segundos después de parar y suspirar profundamente tres veces seguidas. Cuando partió, prefirió rellenarla de huecos a ocuparla con cualquier otra cosa que le hiciera, en algún momento, retroceder. Pensó en cargarla de recuerdos, pero, a veces, los recuerdos son más fuertes que la más certera de las decisiones... Y ella, siempre recordaba demasiado... Recordaba, por ejemplo, todos y cada uno de los minutos que compartió con él; recordaba con nostalgia el lento recorrido de sus dedos por su espalda y la decena de veces que contó hasta diez; las risas contagiadas y los momentos en los que decidió apostar, de nuevo, aunque aquél caballo cojeara con frecuencia de cada una de sus cuatro patas; recordaba los abrazos cuando no había mucho más que decir, las llamadas que costaban menos de lo que valían, el calor del aliento espirado a dos centímetros escasos de su cuello y las frases extraídas de cualquier novela barata que se tornaban “bestsellers” en su voz; recordaba todas y cada una de las palabras que pronunciaba su mirada y, sobre todo, los gritos desgarradores de sus silencios... Los almendros que no llegaron a ver florecer y el futuro que se les quedó en el camino. Sin embargo, curiosamente, ya no recordaba el olor de su perfume, ni el timbre de su voz al otro lado del teléfono, ni el calor de su cuerpo cuando tenía frío y él se lo ofrecía de refugio, ni el trazo que dibujaba su sonrisa en su rostro, ni el tacto de su mano sobre su costado al bailar, ni el sabor de sus labios antes de ir a dormir o el color de sus ojos al despertar. Ahora se encuentra detenida en ese punto en el que es más fácil avanzar que desfallecer ante la tentación de mirar atrás y dar siquiera un paso. Cuando se marchó, decidió desterrar los recuerdos al olvido y ya no sueña quimeras si no es para intentar convertirlas en realidad. Pensó incluso en dejar de soñar. Pero, a veces, hay sueños que son más fuertes que la más certera de las decisiones. ¿Para qué, entonces, desprenderse de aquello que nadie podía arrebatarle? Se preguntaba mientras se decantaba por su única opción. Total, esos sueños eran ligeros de llevar y, de grandes que eran, no ocupaban espacio en su pequeño equipaje. Ahora mira hacia delante, hacia lugar al que quiere dirigirse, agarra con fuerza su maleta vacía, memoriza todos sus sueños repletos de posibilidades y echa a correr... Esta vez, se siente segura, sin miedos, y va en la dirección correcta.