23 marzo 2009

Un domingo especial


Amanece soleado sobre la casa que vio transcurrir mi infancia...
El sol, que hoy estampa sus rayos primaverales contra su imponente fachada, le da una apariencia majestuosa, indemne en su resistencia al transcurrir de los años, que son ya más de seiscientos. Respirar su aroma a piedra envejecida y a tiempo pasado me hace recordar los buenos momentos vividos entre sus paredes y fuera de ellas. El verde de sus alrededores, el magnífico día que ha despertado y la buena compañía me animan a llevar mis pasos hacia el exterior. Cuando llegan los primeros "domingueros" y tras ingerir un buen desayuno a base de café con leche y tostadas, arranco mi coche y me dirijo a Maçanet, el pueblo más cercano, ese que recorrieron mis pies por sus calles otras tantas veces en el pasado. Voy a comprar las cuatro cosas que nos faltan para el "gran festín" que hemos acabado de organizar durante la semana.

Dejo atrás la casa bajando con cautela por el camino de tierra y piedras que desemboca en la carretera. Al frente asoma el campanario de la iglesia que oculta el resto de su estructura entre árboles a punto de florecer. Recuerdo aquellos largos paseos en bicicleta atravesando el cruce con la pequeña cuesta que lleva hasta su puerta, las carreras a grito de "a ver quién llega antes" o "tonto el último" dejando una polvareda bajo las suelas de unas bambas gastadas y medio rotas de tanto trote dado sobre ellas, también recuerdo alguna otra noche saliendo despavoridos al pasar por delante del cementerio que adorna tétricamente su entrada... Recuerdo.

Al llegar al asfalto compruebo que no asoma nadie por la "curva peligrosa" y giro a la izquierda. Hace un día espléndido para conducir y la música de Katie Melua acompaña mi corto viaje. A la derecha observo que sigue en su sitio el Mas Roig y a la izquierda el camino que lleva hacia "las castañas" y la "cabaña del árbol". La de veces que nos hemos dejado las pantorillas atravesando zarzas y matorrales de vuelta del "lago" camino de regreso a la masía... Buscando espárragos, bolets o haciendo el burro escalando troncos y saltando de un árbol a otro creyéndonos los reyes de la selva.

Sigo conduciendo con las ventanillas bajadas disfrutando del remolino que el viento provoca en mi pelo al revolverlo. Más adelante paso por la "tienda de los polos", que tristemente dejó de serlo hace mucho tiempo y ahora tiene más bien una apariencia de local cutre en vías de extinción. Dejo atrás la "urbanización" y el cruce que tomábamos a la izquierda para ir al "tenis". Llego a una curva cerrada de unos ciento ochenta grados y al fondo, arriba, se divisa la casa del Enrique (¿se llamaba Enrique?), a donde nos acercábamos todos los viernes por la noche con los "cántaros" vacíos en busca de leche fresca... ¡Eso sí era la leche! Me pregunto si seguirán teniendo vacas y vendiendo aquella leche con cuatro dedos de nata en su superfície... Noto que mi nariz sigue recordando todos aquellos olores.

Después de varias curvas más y tras encauzar la recta, paso por al lado de Can Sant Pere (porque aunque haya cambiado de ubicación y hasta de nombre sigue siendo Can Sant Pere), la masía a donde íbamos caminando prácticamente toda la familia a buscar huevos (incluso a arrebatárselos a las mismas gallinas con nuestras propias manos si la "abuela" no había juntado "stock" suficiente)... Y entonces me acuerdo de aquellos desayunos de huevos fritos con ajos acompañados de torradas con aceite y sal, o con aceite y colacao cuando no quedaba nocilla, de la fila ante un plato de tortas que formábamos a medida que nos íbamos levantando, del ajetreo de niños y mayores que rodeaba todas las mañanas la cocina, de la mesa puesta todo el día, me acuerdo de las cestas (una por familia) donde se amontonaba lo recogido en el huerto junto con los paquetes de esos huevos envueltos meticulosamente con papel de periódico y los restos de comida del fin de semana... De las duchas a última hora del domingo, pasando de dos en dos por un chorro de agua mediofría entre las paredes de lo que antes había sido una pocilga y de los últimos minutos apurados de juego antes de volver cada uno a su casa, cada mochuelo a su olivo como solía decir mi padre, ese que nos enganchaba siempre robando cañas para construirnos nuestras lujosas cabañas donde guardábamos arcos y tirachinas hechos con maña con los recursos que la naturaleza nos brindaba; incluso cuando llovía sabíamos sacarle partido construyendo presas que acababan en encarnizadas guerras de bolas de barro para alegría de nuestras mamás que nos veían aparecer llenos de churretones y sucios hasta las cejas...

Me acuerdo de tantas cosas, de tantos buenos momentos, que de regreso de mi compra en el pueblo me siento feliz y orgullosa de esa época de mi vida. Y al subir el último tramo del camino de tierra y piedras que llega hasta la masía, no puedo evitar emocionarme y esbozar una gran sonrisa al veros a todos sentados en la puerta... En la puerta de Mas Nadal, la casa que vio transcurrir nuestra infancia.


3 Comments:

At 12:14 p. m., Blogger Geo said...

Eva, impresionante y GRACIAS, fue como compartir ese domingo tan especial contigo y tu familia, y la verdad que también me hizo acordar de los "asados domingueros" con mi gente del otro lado del Gran Charco, y me robo alguna que otra sonrisa.
Creo que eso es lo bueno de los recuerdos, el seguir disfrutando y reviviéndolos aun mucho tiempo después de que algo haya ocurrido.
Un beso, (El ojo observador)

 
At 4:29 p. m., Anonymous Anónimo said...

Tentado estoy de preguntarle quién es Usted de entre todos.

Pero no voy a hacerlo porque lo mismo no le apetece que nadie lo sepa.

Magnífico el post y magnífico el montaje. Un besote.

 
At 5:31 p. m., Blogger Kiukara said...

Geo... Me alegro de que el texto te haya traído tan buenos recuerdos ;-)

Don Micro... ¡Gracias! (de entre todos soy la que está detrás de la cámara en la mayoría de fotos y chuleando sobre una moto, la de mi hermano, en particular)


Besitos!

 

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